3/05/2007

ATENCIÓN PUEBLO PPD !!!
UN PEQUEÑO HOMENAJE
A NUESTRO COMPAÑERO
CARLOS RAÚL SEPÚLVEDA
(QUIÉN NOS DEJÓ EN FEBRERO)

"La vida fantástica de Carlos Raúl Sepúlveda"

Por Nano Acevedo
Fuente : www.sech.cl

Tal vez su vieja casa de calle Copiapó, el mismo barrio que atrapó mi infancia. Tal vez su lucha desesperada contra el clima hostil en que vivimos los creadores, acechados por plagiarios, cuenteros, politiqueros y funcionarillos de baja estofa, fue lo que nos acercó el último tiempo. Hasta su muerte el viernes 9 a 65 años de nacer en este plano, donde su imaginería de escritor, ideara mundos fantásticos, no sin apego a las antiguas sabidurías.

Carlos Raúl Sepúlveda, profesor, cuentista, escritor de ciencia ficción, ex preso torturado por la era milica bestial y aún impune, era un hombre amable, macizo y carismático. No trepidó en crear “Ediciones de la Golondrina” para editar sus libros y los de sus amigos. Presidente de la “Sociedad de la Fantasía y Ciencia Ficción” escribió “El dios de los hielos” en 1986, “El tren de los curados”, “En el barrio Bellavista”, “Orión, mensaje estelar”, “Vagamundos” y la novela “La puerta negra”. Dejó inédito un libro de poemas románticos.
Vivimos una época donde la dictadura de la televisión y su chabacanería desinformativa, ignorante y superficial, son un narcótico, por ello todos los canales que podamos levantar para contrarrestar ese opio venenoso son pocos, y así lo entendía Sepúlveda, sus esfuerzos orientados en esa dirección lo concretó con su publicación electrónica “El Tábano”.Los artículos sacaban roncha. Allí disparaba certeros dardos contra el imperio y sus testaferros. Las visitas se multiplicaban y cientos leían a diario esa página palpitante de crítica al sistema. Alababa a Chávez y Evo. Abría su espacio a la narrativa, el poema y el humor. No pocas veces fue saboteado. Pero seguía con ánimo de niño indomable. Más su salud se quebrantaba, no era difícil adivinar sus “heridas de guerra”.

Un día pasé por allí y dejé olvidado un suéter verde, volví tiempo después y al verle agripado le dije póntelo es mi regalo de fiestas patrias. Nos reímos, conversamos, proyectamos y ahora me entero de su muerte por un llamado a medianoche.

Para mí Carlos Raúl Sepúlveda era un mago, un prestidigitador de la vida, que trocaba inviernos por breves veranos. Que tenía el raro don de aglutinar en torno a la fantasía. Que escribía sobre inimaginables mundos donde los hombres no están dormidos como ahora. Que tenía el corazón en la zurda y que como todos los “muchachos de antes”, creía que Gardel cantaba cada día mejor.


TE RECORDAMOS QUERIDO COMPAÑERO !!!

ME SIENTO FELIZ DE HABER SIDO

TU AMIGA ,

DONDE TE ENCUENTRES


ABRAZOS ALEGRES , FRATERNOS

Y POR CIERTO REBELDES

AÚN TENEMOS PARTIDO
CIUDADANOS !!!

Valeria Bustos Arriagada


RICHARD SALAZAR ESCRIBIÓ :

"La puerta inter.-dimensional"
Carlos Raúl Sepúlveda y la SOCHI

Atardece e inicio por última vez el camino hasta la casa de Carlos Raúl Sepúlveda Contreras, tratando de encontrar alguna lógica a la sorpresiva y lamentable muerte de mi tan estimado amigo.

Comenzaré mencionando que durante muchos años asistí a la gran mayoría de las sesiones literario-magacinescas que una vez por semana se celebraron en su casa. Tuve la suerte, en consecuencia, de participar en el período más concurrido y, quizá, más creativo de la organización presidida ab initio por él: la Sociedad Chilena de Fantasía y Ciencia Ficción (SOCHIF). Mientras dejo atrás las antiguas comisaría, iglesia y parroquia de San Isidro, evoco reuniones con el living de su casa repleto de inquietos y entusiastas aficionados a las diferentes ramas del género y al pensamiento divergente. También las revistas editadas por el grupo, su efímera y brillante página web, los asados y curantos bien regados, el espectacular ARKA realizado sobre el cerro Santa Lucía, las presentaciones de libros, un fin de semana memorable en la Casa de la Luna (cercana a Los Andes, a orillas del río Aconcagua), las completadas y sopaipilladas acompañadas con fragante vino navegado, mientras la lluvia caía sobre Santiago... Todo financiado en porcentaje importante por el mismo Carlos, más aportes, según recuerdo, fundamentalmente de Juan Muñoz, Jaime Morales, la inteligente Eugenia Landabur y Pato Haschke.

Para llegar desde Alameda seguía por Santa Rosa o, como hoy, por San Isidro, pese a lo relativamente inseguro que con el tiempo se fue tornando la zona aledaña a su casa, al irse avecindando allí individuos de costumbres ajenas al barrio. Vgcia., instalar en la vía pública humeantes braseros con chicharreantes trozos de carne encima, o emborracharse y armar barullo en la vereda como ahora veo que hacen algunos patibularios sujetos cerca del pasaje Héctor Barrueto. Agréguese que el alumbrado de dicha zona, de por sí insuficiente, con mucha frecuencia empezó a aparecer dañado o inutilizado. Ni siquiera los clásicos prostíbulos de la próxima calle Emiliano Figueroa me llegaron a parecer tan siniestros.

De allí el alivio y la secreta alegría que experimentaba cuando, asomándome a calle Copiapó, veía abierta la puerta de la casa signada con el N° 612, con una cálida luz irradiándose desde su mampara (a veces reflejándose en el parabrisas del auto de Edgar Unger). Sabía que adentro existía una silla para mí, que allí encontraría personas con ganas de conversar sobre CF y que Carlos me recibiría con un vaso de refrescante cerveza exclamando "¡Por fin llegaste, buen alemán!".

Hoy encuentro su casa clausurada, sumida en una inusitada oscuridad. Sin embargo, desde tiempos remotos se ha sostenido que en las paredes suele quedar grabado aquello acontecido en sus cercanías. Me animo, pues, a aplicar el oído a la cerrada puerta y a prestar atención al bordoneo que subyace en todo silencio. Al cabo de un rato me parece escuchar ruido como de oleaje marino, tras el cual me parece volver a escuchar, alternadamente, los enigmáticos poemas de Magdalena Campos y las arengas atronadoramente anarquistas (aunque concienzudamente ajustadas a la ortografía y al canon de la RAE) declamadas por Rodrigo Leiva. También los adelantos de la novela bomberil de Kai Wing Ip y las reflexiones acerca de su probable deuda con Fahrenheit 451. O la paradoja de la lombriz solitaria, dirigida a Jorge González y a Billy, el Moco, su hijo literario. Agréguense el escanciado y paladeo de un elegante licor traído por Cristian Prado la noche previa al inicio de su periplo fuera de Santiago. Asimismo los relatos semi-eróticos y semi-futuristas de Hernán Escobar. O las expectativas que Pablo Santander puso en su viaje a Bélgica. Por qué no las cápsulas científicas del Guatón Muñoz, su moscovita y sanguínea visión de la vida, su narración de un confuso incidente entre él, siendo niño, y un tío en Nueva York (infinitamente reinventado, para escarnio suyo, por Carlos). Incluso los esfuerzos cuasi cismáticos de Marcio Isamitt, o de putsch de un servidor, intentos tan rápidamente iniciados como olvidados. Más la controversia entre Pato Haschke y Carlos referente a la hipotética existencia de una poderosa uña en el extremo de la cola del león. Y los insólitos inventos y reportajes de Armando Larenas. También las teorías sobre la Atlántida, complots imperialistas, el chupacabras y temáticas esotéricas, aportadas por Alfredo Parada. Asimismo los comentarios suscitados por las caricaturas de Máximo Carvajal ( el viejecito que vivía en la copa de un árbol) y su generosa elaboración de una historia absolutamente nueva de Axo para ser editada por la SOCHIF. Oigo nuevamente esos curiosos gags de Pedro Frez y su manía de pronunciar inopinadamente el nombre de aquel que estuviese hablando (tic copiado a Jaime Celedón). Sumémosle las disquisiciones genealógicas y existenciales de Juan M. Silva, según las cuales sería pariente del Cardenal Raúl Silva y de otros prohombres. Por qué no las coloridas añoranzas que Adrián Roca hacía del vodevil y la intensa bohemia literario-artística que existió en Santiago hasta septiembre del 73. Más la satisfacción de Teobaldo Mercado al hojear su primer libro. Y el coro interminable de risas y bromas propias los chimpancés ebrios que cada viernes o sábado nos juntábamos allí.

Me debo sentar en el peldaño de su puerta para anotar la siguiente reviviscencia. Cierta vez se conversó en la SOCHIF acerca de los epitafios que antes era costumbre grabar sobre una tumba a guisa de resumen de la vida del allí sepultado. Algunos fuimos señalando la inscripción que nos agradaría que adornase nuestra respectiva lápida. Tomando la palabra, Carlos dijo que sólo una vez se había sentido de verdad forzado a pensar con urgencia en algo así. "Fue cuando me liberaron de la Cárcel Pública". Llevaba ya un tiempo encerrado allí, encontrándome acostumbrado al ritmo interno, cuando un día cualquiera se presentó en mi celda un carabinero para comunicarme que quedaba en libertad inmediata. Al retirarse me ordenó que rápidamente dispusiera de mis pertenencias y atravesara un largo pasillo en dirección a la calle. Con mis compañeros de prisión conversamos muchas veces que tal era el procedimiento empleado por los golpistas para matar a los detenidos, alegando intento de fuga: concluí, entonces, que mi hora había llegado. Con serenidad repartí entre los otros prisioneros mis pocas cosas, principalmente novelitas de vaqueros, y me encaminé del modo más digno posible al encuentro con mi destino. Téngase presente que iba saltando en un pie; el otro aún no sanaba de los feroces martillazos que me propinó un paco cuando supo que yo estaba detenido por haber sido funcionario de la Unidad Popular. De tanto en tanto me apoyaba un momento en la pared y aspiraba a todo pulmón, disfrutando por última vez, creía, del aire. Pensaba en mis seres queridos, en el sueño colectivo que los fascistas acababan de destrozar, en mi hermano desaparecido. Afuera, estaba seguro, me esperaba una ráfaga por la espalda, la fosa común y el olvido. En ese largo pasillo me aboqué a pensar en alguna manera ejemplar de morir, una que justificase en parte los treinta y tantos años que había alcanzado a estar sobre la tierra. Resolví que, encarando tranquilamente a mis asesinos, hasta indicándoles mi pecho a lo Carrera, gritaría para la posteridad alguna frase memorable, una que fuese capaz de castigar moralmente a mis verdugos y de enardecer a la Resistencia. Por desgracia, sólo acudía a mi cerebro algo que recién había leído en una de esas novelitas que justo acababa de regalar, esto es, las palabras con que se despedía del mundo un admirable y peligroso forajido al ser alcanzado por las balas del comisario: ¡Hasta aquí llegaste, forastero!. No podía salir y gritar semejante huevá, me dije, así que empecé a retardar mi avance, por si se me ocurría otra cosa. Pero la frasecita volvía una y otra vez a mi cabeza... ¡Hasta aquí llegaste, forastero!... Lentamente empezó a abrirse la puerta y me resigné a morir en silencio, aunque bien erguido. Para mi sorpresa y alegría, al otro lado estaban mi mamá y un abogado, aureolados por la luz de la mañana, quienes me recibieron con afectuosos abrazos. Poco después abordábamos un taxi y nos alejábamos sanos y salvos o, al menos, con vida de allí".

Usando el lápiz logro extraer un guijarro del peldaño en que estoy sentado. Sopesándolo, intuyo que es un excelente testigo de todos quienes alguna vez cruzaron esta puerta, viéndoles madurar y/o envejecer, incluso, según varios relatos, presentarse como entidades astrales, una vez extinguida su vida corporal. Luego, empleando este pequeño souvenir como foco psicométrico, consigo visualizar la forma en que yo llegué por primera vez. Es septiembre u octubre de 1991 y me encuentro abrumado por conflictos políticos, económicos y afectivos. El escritor Sergio del Solar, no me acuerdo a propósito de qué, me había comentado de la existencia de un novedoso colectivo de escritores, presidido por un señor de apellido Sepúlveda. Bueno, la cálida y respetuosa acogida que ese tal Sepúlveda me brindó, de una manera que escapa a la explicación racional, me ayudó a que empezara a elaborar adecuadamente esos conflictos que me parecían sin solución. Él también se encontraba profundamente decepcionado, entre otras cosas, por la manera en que la Concertación estaba administrando (más bien, traicionando) el retorno a la Democracia. No obstante, compartió conmigo el hábito de escudarse en una invencible fe en el progreso de la humanidad, de refugiarse en una permanente consideración de la biografía y obra de inspiradores personajes (Francisco Bilbao, Lenin, Nikola Tesla...) y de recrearse en la libertad inherente a la praxis artística. Me incentivó a leer críticamente a diversos autores (Ellison, Stapledon, Bergier, Solojov, Pauwels, Castaneda...). Tuvo la gentileza, más tarde, de presentar las primeras exposiciones de pinturas de mi señora, evidenciando en cada ocasión un gran conocimiento del arte chileno (no en vano estudió un par de años en la Academia que funcionaba en los altos el Museo Nacional de Bellas Artes).

Por lo demás, él enseñó con la práctica a muchos que existían innumerables maneras de subvertir un orden injusto. Esforzándose, por ejemplo, en sostener un periódico de papel ( ¡Vamos, Chile!), transformado luego en página web (El tábano), radio digital incluida, como medio de comunicación desde y para el mundo de las organizaciones populares de base. O convocándonos, en defensa de la libertad de expresión, a imprimir clandestinamente un centenar de ejemplares de Impunidad diplomática, el libro de Martorelli que determinado año estuvo estrictamente prohibido en Chile (ejemplares que fueron regalados a diversos luchadores y colectivos sociales).

Grandes esperanzas tenía, por cierto, en la ciencia ficción (CF). La estimaba un medio idóneo para acercarse al sector joven, intelectual y de clase media. Le interesaba sobre todo aquella vertiente donde se articulan sin problemas la crítica política y ecológica, el autoconocimiento, el respeto a las culturas ancestrales y la plena aceptación de los avances tecnológicos. No sin razón invertía recursos y energías en mantener activa a nuestra organización. Al respecto, si se me permite una aparente digresión, y dando una mirada retrospectiva, pienso que la SOCHIF empezó a desacelerar cuando falleció el gran Juan Muñoz, el incomparable Guatón Muñoz. De él, si bien era un hombre muy culto, se podrá decir que estaba sobre-ideologizado, incluso que era algo brusco en su trato. Sin embargo, era él quien aportaba vitalidad y bríos al colectivo, decisión de hacer cosas, voluntad de ganar espacio en el escenario público. De los cuatro elementos tradicionales creo que es el fuego el que mejor lo podría representar (como el aire a Carlos). Imagino que ambos han de estar ahora reunidos en torno a una abundante parrillada celestial, tramando el ataque a algún Palacio de Invierno o Cuartel Moncada de ultratumba.

Tras la partida de Juan, el grupo empezó a volverse algo ritualista, quedando atrapado en parte por su mito fundacional. En efecto, empezamos a insistir en que la SOCHIF había nacido luego que sus fundadores fuesen expulsados violentamente de cierto jardín primigenio ―Club de CF de Chile― por un padre receloso ―Andrés Rojas Murphy―. Relato semejante otorga, probablemente, un movilizante sentido de identidad, donde su axial y subterráneo propósito pudiera ser la obtención del perdón y/o reconocimiento de aquel que te expulsó. Pero hace difícil concebir (qué decir de efectuar) el paso decisivo para acceder a la madurez y autonomía, a saber: matar y sustituir al padre. No haberlo dado quizá explique la nula emergencia en la SOCHIF de estrategias o planes para conservar a los integrantes que se tomaban realmente en serio la CF, o para estructurarse como institución sancionadora del género (otorgando premios, organizando ciclos o concursos...). Aquí podrían hallarse algunas de las tareas a realizar por quienes tomen el relevo dejado por Carlos. Es muy importante señalar, sin desconocer lo dicho, que las mencionadas limitaciones, abiertamente asumidas por todos, nunca llegaron siquiera a perturbar los pensamientos de quienes seguimos reuniéndonos.

Me quedo un largo rato quieto, sin pensar en nada específico. Guardo el guijarro en el bolsillo de mi camisa y me decido a iniciar el retorno a casa, mareado por mi ejercicio de añoranza, como en el pasado lo era a causa del diálogo de alto octanaje y el amistoso licor degustados en casa de Carlos. In illo témpore no era raro que de las reuniones muchos saliéramos tambaleándonos y hablando confusamente, aunque relajados y un poco más civilizados.

Si llegar, como antes dije, me resultaba siniestro, deshacer el camino por Santa Rosa y de madrugada me parece francamente peligroso. De un tiempo a esta parte pandillas de aviesos tipos suelen deambular erráticamente por el sector, debido a lo cual rápidamente procuro atravesar Av. Santa Isabel; a partir de aquí y hasta Alameda la calle se vuelve gradualmente mejor iluminada y más concurrida. Al cerrar este mi último viaje a la sede de la SOCHIF, junto a la histórica Casona de los Diez me atrevo a solicitar al G. A. lo siguiente. Se dice que, tras la muerte carnal, para merecer remontarnos a las estrellas primeramente hemos de enfrentar y vencer a nuestra respectiva sombra, es decir, a aquellos aspectos personales que en vida ocultamos cuidadosamente a los demás. Dicho de otra manera, primero debemos ser capaces de recibir el efecto de todos los errores, abusos, negligencias y omisiones en que incurrimos durante nuestra etapa terrenal, y sobrevivir a ello. Presiento que para mí tal período de penitencia y escarmiento puede resultar algo prolongado. No obstante, lo aceptaré plenamente, incluso con humildad, a condición de que al final exista una puerta bien iluminada y abierta para mí, una puerta inter-dimensional, con mi sonriente amigo esperándome tras ella para ofrecerme una copa de rebosante nepente, capaz de reponerme de las fatigas de mi largo y, desde ahora, bastante más solitario viaje.
Santiago, 24 de febrero de 2007.


Richard Salazar Poillot, Psicólogo, 09-3905074