CARTA PÚBLICA
A LA PRESIDENTA MICHELLE BACHELET
Hace unos meses usted y yo nos saludamos, sentadas bajo el sol de Quilicura. Usted vino a reunirse con mi familia en uno de los días más tristes de nuestras vidas, el trigésimo aniversario de la muerte de nuestro hermano, tío y padre, el profesor Manuel Guerrero.
Sé que para usted también es una fecha dolorosa. En ella fue asesinado también José Manuel Parada, el esposo de una de sus grandes amigas, Estela Ortiz. Por eso, le creí cuando subrayó que como país necesitamos construir justicia y también memoria.
Que la persecución política, de la cual usted y su familia fueron víctimas, no tiene lugar en una democracia inclusiva, madura y capaz de articular consensos en los disensos.
Yo también creo en ello. O sea, en un Chile que respeta las diferencias, que promueve la responsabilidad cívica, que acoge al postergado, que levanta caminos de integración, que forja jóvenes concientes de sí y su sociedad. Que bajo ningún pretexto ampara la discriminación.
Sin duda, tendremos también diferencias, distancias. Experiencias que divergen, que nos marcan. Usted es hija de un general, yo de un obrero. Usted fue torturada, yo no.
Pero también tenemos cosas en común. Ambas somos madres y criamos solas. Ambas soñamos con un país distinto, a su manera cada una, claro está. Ambas queremos que nuestras hijas puedan crecer dignas, libres, sin los horrores que vivimos. Amantes de la vida.
Sin heridas y resentimientos. Sin deudas, sin futuros truncos. Sin la sensación de estar en un país que aún no logra consolidar la democracia como un acto cotidiano de respeto e inclusión.
Por todo ello, es que no entiendo su silencio, sobre todo porque es un silencio que ampara la discriminación, la persecución política. Todo por lo que algún día luchamos, más allá de las veredas donde estemos hoy. Quien sabe, quizás algún día hasta arrancamos juntas por la Alameda.
Mi hija, Francisca Vargas, es alumna de excelencia del Liceo 1. Tiene promedio 6,8. Talvez hasta tenga mejores notas que usted. De hecho, quiere estudiar medicina. Hoy no sé si pueda hacerlo. La han expulsado, como a otras niñas y niños. Y en ningún colegio de excelencia la van recibir. Yo soy profesora y no puedo pagar un colegio particular.
Francisca, cuyo delito ha sido defender sus ideas políticas, también la oyó hablar de memoria y justicia. De un país para todos. Hoy la escucha callar ante la persecución. Probablemente, como cuando estalló el conflicto con los escolares a principios de año, usted tenga otras preocupaciones. Pero ésta es mi preocupación.
No entiendo por qué un gobierno democrático permite que un ex ministro de Pinochet y un alcalde derechista persigan políticamente. No entiendo. ¿Vamos a enseñarles a nuestros hijos que es mejor el silencio? ¿Para eso lucharon nuestros padres? ¿La lección será para los jóvenes que cada cual debe salvarse solo? ¿Qué la traición también cuenta? ¿Qué si un muchacho humilde quiere ser médico las lealtades no importan? ¿Qué el mayor compromiso es taparse los ojos ante la injusticia? ¿Es ese el país que queremos?
La verdad es que no sé si tiene sentido hacerse más preguntas. Usted las conoce mejor que yo. También sabe sus repuestas.
El punto es que usted puede tomar decisiones que nos devuelvan a la sensatez democrática y yo no. Usted puede ejercer el poder que le hemos dado como país y yo no.
Usted nos dio la mano donde murieron los que amábamos. Haga que eso tenga sentido. Que mi hija y sus compañeros puedan volver a sus salas de clases. Gracias por leer esta carta. Cordialmente,
Libertad Weibel, Profesora.
Santiago de Chile,
30 de octubre 2006
A LA PRESIDENTA MICHELLE BACHELET
Hace unos meses usted y yo nos saludamos, sentadas bajo el sol de Quilicura. Usted vino a reunirse con mi familia en uno de los días más tristes de nuestras vidas, el trigésimo aniversario de la muerte de nuestro hermano, tío y padre, el profesor Manuel Guerrero.
Sé que para usted también es una fecha dolorosa. En ella fue asesinado también José Manuel Parada, el esposo de una de sus grandes amigas, Estela Ortiz. Por eso, le creí cuando subrayó que como país necesitamos construir justicia y también memoria.
Que la persecución política, de la cual usted y su familia fueron víctimas, no tiene lugar en una democracia inclusiva, madura y capaz de articular consensos en los disensos.
Yo también creo en ello. O sea, en un Chile que respeta las diferencias, que promueve la responsabilidad cívica, que acoge al postergado, que levanta caminos de integración, que forja jóvenes concientes de sí y su sociedad. Que bajo ningún pretexto ampara la discriminación.
Sin duda, tendremos también diferencias, distancias. Experiencias que divergen, que nos marcan. Usted es hija de un general, yo de un obrero. Usted fue torturada, yo no.
Pero también tenemos cosas en común. Ambas somos madres y criamos solas. Ambas soñamos con un país distinto, a su manera cada una, claro está. Ambas queremos que nuestras hijas puedan crecer dignas, libres, sin los horrores que vivimos. Amantes de la vida.
Sin heridas y resentimientos. Sin deudas, sin futuros truncos. Sin la sensación de estar en un país que aún no logra consolidar la democracia como un acto cotidiano de respeto e inclusión.
Por todo ello, es que no entiendo su silencio, sobre todo porque es un silencio que ampara la discriminación, la persecución política. Todo por lo que algún día luchamos, más allá de las veredas donde estemos hoy. Quien sabe, quizás algún día hasta arrancamos juntas por la Alameda.
Mi hija, Francisca Vargas, es alumna de excelencia del Liceo 1. Tiene promedio 6,8. Talvez hasta tenga mejores notas que usted. De hecho, quiere estudiar medicina. Hoy no sé si pueda hacerlo. La han expulsado, como a otras niñas y niños. Y en ningún colegio de excelencia la van recibir. Yo soy profesora y no puedo pagar un colegio particular.
Francisca, cuyo delito ha sido defender sus ideas políticas, también la oyó hablar de memoria y justicia. De un país para todos. Hoy la escucha callar ante la persecución. Probablemente, como cuando estalló el conflicto con los escolares a principios de año, usted tenga otras preocupaciones. Pero ésta es mi preocupación.
No entiendo por qué un gobierno democrático permite que un ex ministro de Pinochet y un alcalde derechista persigan políticamente. No entiendo. ¿Vamos a enseñarles a nuestros hijos que es mejor el silencio? ¿Para eso lucharon nuestros padres? ¿La lección será para los jóvenes que cada cual debe salvarse solo? ¿Qué la traición también cuenta? ¿Qué si un muchacho humilde quiere ser médico las lealtades no importan? ¿Qué el mayor compromiso es taparse los ojos ante la injusticia? ¿Es ese el país que queremos?
La verdad es que no sé si tiene sentido hacerse más preguntas. Usted las conoce mejor que yo. También sabe sus repuestas.
El punto es que usted puede tomar decisiones que nos devuelvan a la sensatez democrática y yo no. Usted puede ejercer el poder que le hemos dado como país y yo no.
Usted nos dio la mano donde murieron los que amábamos. Haga que eso tenga sentido. Que mi hija y sus compañeros puedan volver a sus salas de clases. Gracias por leer esta carta. Cordialmente,
Libertad Weibel, Profesora.
Santiago de Chile,
30 de octubre 2006
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