Mi PASADO PINOCHETISTA
Crónica Angel Carcavilla
Gentileza : La Nación Domingo

Estoy seguro que varios despidieron a su líder en la Escuela Militar, ya que ni la universidad, ni la profesión, y menos la democracia, les quitó lo facho. Ha pasado un mes y desde este diario, que estoy seguro no leen, les doy mi pésame. Queridos ex compañeros, ojalá que su tatita se esté chamuscando en el infierno.
(Ángel Carcavilla)

Para conmemorar el primer mes de su muerte es que me decidí a contar este absurdo y tenebroso episodio de mi pasado. Mi infancia y adolescencia las pasé entre el pinochetismo más hortera. Ese de la vieja chillona y el guatón cerril que se derretían por la gesta macabra del general.
La razón de tan mala providencia fue que mis padres, de izquierda, me pusieron en un colegio de ultraderecha, el Instituto Alonso de Ercilla. ¿Por qué? Era barato, quedaba cerca de la casa y académicamente era uno de los mejores. Entre las muchas pelotudeces nos exigían el pelo a lo miliciano y memorizar todos los cánticos y romanzas de las instituciones castrenses: el himno de los pacos, la aviación, la marina, CEMA Chile y cuanto llevara uniforme en este país.
Mis compañeros de curso eran hijos de suboficiales, panaderos, microbuseros, contadores y toda la gama de oficios fascistoides. Como a mis papás nunca les interesó ir a paseos de curso y mezclarse con los apoderados, por paranoia a que los denunciaran, me adoptó, para tales eventos, la familia de un compañero de curso recalcitrantemente pinochetista.
Nunca entendí por qué tanta fidelidad al general. En esa casa habrían tenido más oportunidades bajo un régimen marxista, ya que el único sustento del hogar era un taxi con olor a culo donde el tío guardaba una pistola a fogueo que usaba para asustar rojos. A Pinochet le decían el tatita, el living de la casa lo presidía un gran cuadro del gorila y la hermana menor de mi compañero se llamaba Jacqueline, igual que la regalona del dictador. Tenían un perro, el Pinocho, que se cagaba pestíferamente y, según ellos, tenía un olfato privilegiado para desenmascarar marxistas. Me llevaron a un montón de paseos de curso y también a una par de concentraciones donde se retorcían gritando contra los rivales del general y el Pinocho ladraba hasta quedar afónico.
El enemigo vivía en mi casa, mi madre odiaba al viejo y siempre decía que si a mi padre no se lo hubiera comido el cáncer lo habrían matado los milicos.
Lo peor vino el 89. El pinochetismo que inoculaban mis compañeros de curso salió a la luz y se convirtieron en fervientes defensores de la gesta militar. Yo no entendía cómo mis compinches de farra podían admirar un régimen que se oponía completamente a, lo que pensaba, compartíamos. Para colmo, el único disidente que había en el colegio era un tipo que, como todo comunista, carecía de sentido del humor. La oposición la formamos unos cuantos que, armados de marihuana hasta los dientes, hicimos la revuelta verde. Nada especial, sólo un motivo más para escapar de aquel antro. Estoy seguro que varios despidieron a su líder en la Escuela Militar, ya que ni la universidad, ni la profesión, y menos la democracia, les quitó lo facho. Ha pasado un mes y desde este diario, que estoy seguro no leen, les doy mi pésame. Queridos ex compañeros, ojalá que su tatita se esté chamuscando en el infierno. Con mucho cariño, de su ex compañero y amigo, Ángel Carcavilla.


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